En una charla social, dos personas ubicadas a una distancia de un metro aproximadamente pasan el 85 por ciento del tiempo mirándose a los ojos y la boca, señala un estudio que citan los especialistas en estética dental.
La conclusión es, dicen esas fuentes, que dado que sobre los ojos es poco lo que se puede hacer, el mayor esfuerzo de mejora debe apuntar a embellecer los dientes y la boca (además de comprarse anteojos de sol).
A la hora de referirse a uno de los tratamientos con resultados inmediatamente visibles, poco o nada invasivos y muy estéticos, los expertos coinciden en presentar la escultura dental.
Puede incluir agregados de material y pequeños desgastes dentarios, que logran armonizar la sonrisa, escondiendo imperfecciones y emparejando diferencias de tono o color.
La escultura dental se puede realizar sin afectar el esmalte sano.
Mediante sistemas adhesivos, se modela una capa para la cara visible del diente con un material blando y pastoso.
Para ese molde o carilla, se puede elegir el color a utilizar, el espesor y el tamaño, según las necesidades del paciente.
Luego, se aplica una luz ultravioleta que hará endurecer permanentemente el material utilizado. Y por último, se recurre a sistemas de recortado y pulido de alto brillo para dar un aspecto natural al resultado.
Este tratamiento puede durar alrededor de una década, después de la cual generalmente se puede repetir.
Uno de los mitos de la historia del arte cuenta que la boca fruncida y enigmática de la Mona Lisa se debe a que ella no quería exhibir su imperfecta sonrisa. Algunos especialistas, orgullosos de los logros de la escultura dental, se animan a bromear: probablemente, si en la época de Leonardo hubiera existido ese tratamiento, nos hubiéramos perdido una de los emblemas del arte occidental... y su enigma.